Junio 2018
Cecilia Castaño (Almería, 1953) es pionera en la investigación y el estudio del género en los campos de las tecnologías de la información, la ciencia y la ingeniería. Comenzó a dar clases con apenas veintiún años, mientras terminaba la carrera, y dedicó su tesis doctoral al impacto de la tecnología en el sector del automóvil, justo cuando en las fábricas españolas comenzaban a funcionar los primeros robots. Dio sus primeros pasos como economista a finales de los años setenta con Comisiones Obreras y trabajó después en el gabinete de Joaquín Almunia, ministro de Trabajo del primer Gobierno socialista. En aquella época también colaboró con el economista y sociólogo Manuel Castells en la elaboración de un informe de referencia sobre los efectos económicos y sociales de las nuevas tecnologías por encargo del entonces presidente, Felipe González. Fue poco después, ya en los años noventa, cuando comenzó a trabajar en cuestiones de género, a las que ha dedicado la mayor parte de su carrera profesional.
Creadora y directora entre 2006 y 2012 del programa de investigación Género y TIC, del Internet Interdisciplinary Institute (IN3) de la Universitat Oberta de Catalunya, actualmente imparte un curso en el Máster en Estudios de Género de la Universidad Complutense de Madrid, en cuya Facultad de Ciencias Políticas y Sociología ejerce como catedrática de Economía Aplicada. Ha escrito, dirigido o editado los libros Salud, dinero y amor-Cómo viven las mujeres de hoy, La segunda brecha digital, Las mujeres y las tecnologías de la información, Quiero ser informática y Las mujeres en la Gran Recesión.
Apenas le quedan unos meses para jubilarse como catedrática, un puesto que se ganó hace veinticinco años. Orgullosa de haber sido pionera en su campo, sostiene que el trabajo de los economistas debe tener una clara función social y se muestra satisfecha por haber aportado su grano de arena al avance de la sociedad española. Lamenta que la universidad sea todavía un mundo dominado por los hombres y que cada vez se gestione más como si fuera un negocio puro y duro. Le encantaría que aumentara el número de mujeres en las carreras técnicas.
¿Por qué hay tan pocas mujeres científicas, ingenieras o expertas en las tecnologías de la información?
Porque se considera un ámbito masculino. A los hombres se les identifica con la razón, y a las mujeres se las identifica con los sentimientos. Eso influye mucho en que las mujeres sientan que no encajan en esos ámbitos. ¿Por qué sienten que no encajan? Porque desde pequeñas se les dice que ese es un terreno masculino. En la familia, cuando una chica dice que quiere estudiar ingeniería, salvo que el padre o la madre sean ingenieros, no se considera adecuado, no se la estimula. En cambio, cuando un chico dice que quiere estudiar psicología, le dicen: “No hombre, tienes muy buenas notas, tienes que estudiar ingeniería”. Los chicos sienten que se espera de ellos que hagan estudios científicos o técnicos, y en cambio, las chicas sienten que se espera de ellas que hagan otro tipo de actividades, más relacionadas con los cuidados.
Aparte de estos factores, que son culturales, ¿qué otras barreras encuentran las mujeres en los trabajos con alto contenido tecnológico?
Hablamos de un mundo en el que las reglas están pensadas por y para los hombres. Por ejemplo: suele tener unas jornadas laborales larguísimas, no hay barrera entre el trabajo y el ocio. Es la imagen del informático enganchado todo el día frente a la pantalla, comiendo pizza y bebiendo coca-cola. Con frecuencia se trabajan cincuenta horas semanales o más, y también los fines de semana. Eso a la mujer le plantea muchísimos problemas. Algunos estudios muestran que hay una cierta hostilidad en el entorno hacia las mujeres. Primero, porque son minoría; hay muchas veces que en un equipo hay sólo una o dos mujeres y siempre domina la cultura de los hombres. Con frecuencia se hacen comentarios que no son cómodos para las mujeres, e incluso para muchos hombres que no comparten esa visión. El problema no es solamente atraer mujeres a estos campos; el problema es que luego se queman. Una de las razones importantes del abandono es precisamente ese ambiente un poco hostil.
También existe una opinión bastante generalizada de que a las mujeres no le gusta la tecnología…
Eso no es cierto. A las mujeres sí les gusta la tecnología, porque les gusta resolver los problemas de la humanidad, y la tecnología es fundamental para resolver esos problemas. Lo que pasa es que en el mundo tecnológico predomina la visión de que lo importante es la belleza del artefacto, la precisión técnica. En cambio, a las mujeres les interesa más cómo contribuye todo eso a resolver problemas. A las mujeres les interesa más el para qué. No es que no les guste la tecnología, sino que los valores que predominan en ese mundo les resultan menos interesantes. En los hombres, por educación, desde pequeños predominan los valores agénticos, la preocupación por mejorar su posición en la clase, en el grupo, en la organización, en el trabajo…, mientras que entre las mujeres predominan los valores comunales, contribuir a que la sociedad mejore.
¿En qué consiste la brecha digital de género que usted ha estudiado tanto?
Consiste en que las mujeres están menos incorporadas a las tecnologías. Hay un primer nivel de brecha de acceso, que ahora ya es muy pequeña, porque quien más quien menos tiene acceso a Internet, a un ordenador, y hace uso de las tecnologías. Donde está la brecha importante de género es en los usos y en las habilidades. Los hombres hacen mucho más uso del software, de los videojuegos, y las mujeres, en cambio, hacen más uso de las redes sociales. Los chicos jóvenes consideran que ellos tienen más habilidades informáticas, y las chicas consideran que tienen menos. Pasa una cosa muy curiosa: cuando se miden de verdad las habilidades, no necesariamente los chicos tienen más habilidades que las chicas o los hombres más que las mujeres, pero los chicos perciben que saben hacer más cosas de las que saben hacer y las chicas perciben que saben hacer menos cosas de las que saben hacer.
¿Qué se pierden la ciencia y la tecnología siendo mundos tan masculinos?
Muchísimas cosas. Se pierden, por una parte, el hacer buena ciencia o buena tecnología. La ciencia se hace con mucha frecuencia pensando sólo en los hombres. Los experimentos se hacen sólo con poblaciones masculinas. ¿Por qué? Porque es más barato. Si metes también población femenina tienes que duplicar la muestra y tienes que considerar el ciclo menstrual. Esto pasa con las ratitas y con las mujeres. Como es más caro, se tiende a hacer experimentos sólo a partir de machos, y luego esos experimentos se generalizan. Eso lleva a barbaridades como que en los tratamientos del corazón se les ponga a las mujeres las mismas dosis que a los hombres. Imagínate que diseñas un cinturón de seguridad pensando en un hombre que mide 1,80 y pesa 90 kilos… Las mujeres llevamos una parte de la vida que son los cuidados, tanto de la casa como de las personas. Cuando se hace ciencia y se diseñan artefactos, es muy importante contar con nuestras propias aportaciones.
También se desperdicia mucho talento en las empresas, ¿no?
En España y en Estados Unidos, de todas las ingenieras formadas en las tecnologías de la información sólo el 50% sigue trabajando en el sector. El 25% trabajó, pero abandonó, y el 25% restante no llegó a trabajar nunca en él. Los hombres abandonan mucho menos. En un estudio que hicimos, una trayectoria típica era la de una mujer que trabajaba en una empresa de ingeniería que se daba cuenta de que no aguantaba más y acababa haciendo oposiciones a inspector de Hacienda para tener una vida razonable. Hablamos de gente muy inteligente, con gran capacidad, que en un momento determinado ve que las empresas no las valora. El ambiente de trabajo y el apoyo de los compañeros es fundamental. En las empresas tecnológicas tienes agua gratis, fruta, zonas con futbolín y billar, gimnasio, comedores, colores bonitos, vas en bicicleta de aquí para allá… todo para que no te muevas de allí, para que tengas que estar veinticuatro horas pendiente del trabajo. Esto es muy duro para la mujer y lo es para los hombres. También hay hombres que están abandonando, no sólo mujeres.
Las leyes establecen la igualdad entre hombres y mujeres, pero parece que la realidad avanza más despacio…
En España nos creemos que las leyes cambian la realidad y se nos llena el alma de satisfacción cada vez que se aprueba una ley o un acuerdo, pero luego no hay presupuestos, ni medios para aplicarlos, ni reglamentos. Tenemos las mejores leyes del mundo sobre igualdad, pero no se han desarrollado. Es el problema de la Ley de Violencia de Género: si no pones presupuesto, si no pones personal, las mujeres que denuncian se quedan más solas que la una, más vulnerables después de haber denunciado. Todas las universidades tenemos planes de igualdad, pero son sólo declarativos; no hay un euro para ponerlos en marcha. Las que trabajamos en temas de género tenemos que hacernos cargo de todo, y ya tenemos las espaldas muy cargadas. En España, y también en otros países, predomina la adhesión a la igualdad de manera retórica, pero el compromiso efectivo es mucho más difícil de conseguir.
Usted ha escrito que el patriarcado se reinventa constantemente.
Cuando se hacen esas adhesiones formales sin compromiso efectivo, el efecto logrado es el contrario. Es como si navegáramos hacia un espejismo, el espejismo de la igualdad, pero de repente nos encontramos con que no hay nada, sólo hay declaraciones, y eso es tremendo.
La crisis ha afectado de manera distinta a los hombres y a las mujeres. ¿Por qué?
Al principio la crisis afectó fundamentalmente a la construcción, el transporte y la industria, que son sectores muy masculinizados. Por eso se habló de una recesión masculina, de una mancession, pero enseguida se empezaron a ver afectados los sectores de la hostelería y el comercio, que son fundamentalmente femeninos. Sin embargo, lo que más ha afectado a las mujeres ha sido la austeridad. Por eso hablamos de una she-austerity. Las políticas de austeridad han traído consigo una reducción de los servicios sociales y del tamaño del sector público. Esto ha afectado doblemente a las mujeres: por una parte, por ser unos sectores muy intensivos en empleo femenino donde se han eliminado muchos puestos de trabajo, y por otra, porque al reducirse los servicios sociales muchas mujeres no pueden trabajar a tiempo completo. Como hay menos guarderías, tienen que hacerse cargo de los niños, y también de los mayores, a los que mandan enseguida a casa tras una operación. Y hay un tercer efecto muy importante: en los servicios sociales se ha cambiado mucho empleo a tiempo completo por empleo a tiempo parcial, pero manteniendo las mismas responsabilidades.
¿Benefician a las mujeres las medidas para favorecer la conciliación de la vida familiar y laboral o contribuyen a perpetuar la separación de roles?
Depende de cómo sean las medidas. Más que de conciliación deberíamos hablar de corresponsabilidad. Si tanto los hombres como las mujeres pueden disfrutar por igual de la baja parental o de la reducción de jornada, sí se favorece la corresponsabilidad en el seno de la pareja. Si en cambio son medidas diseñadas en función de la mujer, en el fondo es la empresa la que decide si puedes o no. El problema es que la mayor parte de las medidas de conciliación se basan en tiempo, no en recursos. Si lo que pones a disposición de las personas para conciliar es tiempo, al final siempre hay alguien que tiene que reducir su jornada y su salario. Si, en cambio, se ponen recursos de guardería o de atención a mayores, ya no afecta tanto al tiempo de las personas. Debemos caminar hacia la corresponsabilidad social, como han hecho los países nórdicos.
¿Son esos los países que lo están haciendo mejor en cuanto al fomento de la igualdad entre hombres y mujeres?
El país de referencia es Suecia. En España, el derecho a las prestaciones sociales está vinculado al empleo. Como trabajador o como trabajadora generas unos derechos, y de éstos se benefician tu familia y tus hijos. En cambio, en Suecia tienes derecho a las prestaciones sociales por ser individuo o individua. Por el hecho de nacer, tienes derecho a la escuela, a que te cuiden cuando te pones enfermo… Esto es importantísimo, porque la individualización de los derechos y la desfamilización de los cuidados son los dos elementos que pueden hacer que las mujeres se incorporen al mercado de trabajo, a la política… La tasa de participación laboral en Suecia supera el 80%, muy similar a la de los hombres, y en cambio en España estamos en torno al 60%. Somos aún una sociedad muy familista, mientras que la sociedad sueca se basa en el Estado de bienestar, en las prestaciones públicas, a las que se tiene derecho no por ser hombre o mujer, sino por ser ciudadano.
¿Están cambiando los hombres españoles sus actitudes ante la mujer?
Se ha avanzado mucho. Los hombres han adquirido conciencia de algo que me parece importantísimo, que son los hijos. No sólo de los cuidados. A los hombres jóvenes les gusta no sólo llevar los niños al colegio, sino bañarlos, darles la cena, pasar tiempo con ellos… En las tareas del hogar se ha avanzado menos. A los hombres no les importa hacer la compra, pero lo que es la plancha, limpiar el baño, pasar la aspiradora, es más complicado.
¿Qué papel desempeña la educación en el fomento de la igualdad?
Gracias a la educación mixta, los chicos conocen más a las chicas, tienen muchas amigas y se llevan mejor con sus madres y con sus hermanas. Por otra parte, hay una tendencia en contra, que es la pornografía, que hace que muchos chicos vean el cuerpo de la mujer como un objeto desechable, de usar y tirar, y esto está haciendo mucho daño. En Internet hay una enorme disponibilidad de contenidos sexuales muy fuertes, con frecuencia pensados en términos de la sexualidad tradicional masculina más ancestral. Eso hace que muchos hombres se crean que eso es el sexo. Lo vemos en fenómenos tristísimos como el de La Manada.
¿Contribuye la representación de la mujer en los medios de comunicación a proyectar una imagen distorsionada de lo femenino?
Es lo que más contribuye. En los colegios se contribuye mucho y en la familia también, pero los medios de comunicación dan una imagen de la mujer que es completamente irreal: el de una mujer perfecta, guapa y sonriente, el de una madre trabajadora y compañera estupenda. Aunque cada vez hay más series de televisión que se plantean estas cuestiones, van más por el lado de incorporar la diversidad del mundo LGTB que por el lado de incorporar modelos diferentes de mujer. No sólo necesitamos role models femeninos para las mujeres, sino role models femeninos para los hombres, y eso escasea. Parece que hay que ser una mujer imposible, y eso genera una frustración enorme en las chicas y en los chicos.
¿Por qué en Silicon Valley proliferan las denuncias de comportamientos machistas?
En el desarrollo de Apple, HP y las demás empresas de tecnologías de la información influyó mucho la industria de armamento, que tiene gran presencia en California. Es una cultura muy masculina con enorme protagonismo del investigador individual, alguien muy asertivo que impone su opinión a los demás, y esa cultura sigue predominando. Es un contrasentido, porque hoy la ciencia y la tecnología se hacen en equipos pluridisciplinares. No olvidemos que cuando en un colectivo hay un grupo que domina, ese grupo se resiste como gato panza arriba a ceder predominancia a otro. Las mujeres son rivales y hay que ponerles las cosas difíciles a ver si se van.
¿Hay mucha discriminación en grandes empresas de Internet como Google o Facebook?
No entienden lo que es la igualdad de género. El enfoque que predomina en ellas es el de la diversidad. Deben tener de todo: mujeres, gays, lesbianas, personas de raza diferente, discapacitados… Todo eso sirve para ocultar la contradicción fundamental, que es el patriarcado, la dominación de las mujeres por los hombres. Las mujeres somos prisioneras de los sueños de los hombres. Ellos diseñan el mundo, lo que tenemos que hacer, y esperan que nosotras nos adaptemos.
¿Hay sesgo en los algoritmos que utilizan esas empresas para seleccionar la información que nos ofrecen?
Existe ese sesgo, porque se da más importancia a los contenidos elaborados por hombres que a los elaborados por mujeres. Es algo cultural que es muy difícil de superar.
[Esta entrevista ha sido publicada en el número 55 de la revista Alternativas Económicas ]