El Pnud dice que el machismo es un obstáculo para el acceso femenino al empleo y la tierra.

 

La reducción de la pobreza, el crecimiento de los ingresos y la expansión de los sistemas de protección social no han beneficiado de forma homogénea ni equitativa a la población, y aún siguen duras exclusiones.

Así lo señala el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud), el cual agrega que aunque las causas de esos fenómenos son diversas, los valores machistas suelen “perpetuarlas”.

En cuanto a la tasa de ocupación, indica que el 67 por ciento de los hombres de las zonas urbanas tienen trabajo, frente a un 70 por ciento en las áreas rurales. No obstante, entre las mujeres esos porcentajes bajan a 46 y 30 por ciento respectivamente.

El análisis del Pnud también concluye que la mayor parte de los ingresos de los hombres son de tipo laboral, lo que no pasa en su totalidad con las mujeres. Las comparaciones indican que sus ingresos en capitales y las zonas rurales son derivados, respectivamente, en un 20,8 y 24, 2 por ciento, de subsidios del Gobierno y de ayudas de los familiares.

 

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Ello afecta particularmente a las mujeres en condición de pobreza extrema, y a partir de los 30 años aumenta, hasta representar el 30 por ciento de las entradas monetarias, e incluso llega a ser el 40 por ciento de los ingresos después de los 48 años de edad.

Asimismo, entre la población sin Sisbén, a partir de los 50 años aumentan los ingresos por concepto de pensiones, los cuales son más altos entre los hombres. Es así como estudios igualmente recientes demuestran que las mujeres reciben menos ingresos por motivo de jubilaciones a su nombre, debido a que cotizan menos semanas que los hombres, y a que presentan mayores niveles de informalidad laboral.

Existen personas, hombres y mujeres, que viven en situación de pobreza extrema y moderada, y que trabajan y reciben ingresos laborales. Sin embargo, existe un número significativamente alto de mujeres que no están activas en el mercado laboral ni reciben ingresos, o que apenas reciben ingresos suficientes para su subsistencia”, señala.

Al respecto, Felipe Pardo Rocha, consultor de la firma Multiedro, considera que la equidad de género es una necesidad para el crecimiento económico, pues una mayor participación de las mujeres en el mercado laboral formal podría mejorar significativamente los niveles de recaudación fiscal y al mismo tiempo incentivar el consumo.

Entre tanto, el Pnud afirma que otro obstáculo de la mujer para mejorar su generación de ingresos es el acceso a la propiedad de la tierra, ya que su tenencia es en la mayoría de los casos informal o está registrada a nombre de su cónyuge debido a la preferencia en las herencias, la existencia de programas de titulación masiva favorables a este y sesgos en el momento de realizar transacciones en el sector rural.

Estas situaciones restringen la generación de ingresos de las mujeres, ya que la tierra es el activo más importante que sirve para acceder a microcréditos, pertenecer a asociaciones de campesinos productores y también beneficiarse de los programas del Gobierno”, asevera.

Para Pardo resulta fundamental la formalización de la propiedad de la tierra en el caso de las mujeres, pues son la piedra angular de la economía rural: “En Colombia, cerca del 30 por ciento de las mujeres rurales han asumido la jefatura de las fincas debido a que los hombres han venido abandonando sus hogares durante la última década, y por lo tanto resulta fundamental que hagan pleno uso de la tierra por medio del acceso a créditos y financiación de bienes e insumos para la producción”.

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De otro lado, el Pnud añade en su análisis que en las zonas rurales, donde el trabajo a jornal está destinado a los hombres, existen oportunidades para desarrollar micronegocios como tiendas o sumar valor agregado a los frutos secos, por lo que se debe desarrollar el mayor acceso de ellas a los microcréditos.

Aunque existen líneas de crédito del Gobierno específicas para la mujer rural (Banco Agrario), se ha demostrado que, debido a la falta de soportes como la tierra o un trabajo formal estable, gran parte de las mujeres en condición de pobreza extrema o moderada no pueden acceder a dichos préstamos”, advierte.

Igualmente, critica que aunque haya buena oferta de microcréditos para el desarrollo de negocios por parte de las organizaciones no gubernamentales (ONG), las tasas de interés están entre 35 y 45 por ciento, que son cercanas a las de usura y contribuyen a originar círculos viciosos de pobreza extrema, los cuales son luego muy difíciles de superar por las mujeres, particularmente las más vulnerables.

Trabajo no reconocido

De otra parte, el estudio señala que, en promedio, las mujeres de las zonas urbanas dedican 4,7 horas diarias a tareas de cuidado (niños, ancianos y enfermos) y 2,9 a las del hogar. “Estos valores contrastan con los correspondientes a los hombres, que dedican 2,5 y 0,7 horas, respectivamente, a dichas labores”, añade Pnud.

Debido a que no se han producido cambios culturales significativos de los roles masculinos en el hogar, y por el aumento del número de mujeres jefas de hogar, el porcentaje de estas pasó del 20 al 22 por ciento entre 2002 y 2012, pero en muchos casos tuvieron que dividirse para cumplir tanto en el hogar como en el trabajo”, agrega el informe.

En relación con esta última conclusión, Pardo, de Multiedro, considera que el exceso de carga de trabajo que agobia a las mujeres urbanas y rurales impide que crezca sustancialmente el número de emprendedoras y, por tanto, de sus ingresos.

Tanto el sector privado como el público están en mora de apoyar las iniciativas originadas por mujeres en formación financiera, priorización de créditos, facilidades de pagos y promoción de asociaciones, y aprovechar el enorme potencial que representan para el desarrollo económico local y nacional”, acota.

Menos descanso

Otra desigualdad, según el informe del Pnud, está en que los hombres duermen más que las mujeres (7,9 y 7,3 horas, respectivamente), dedican un mayor número de horas al trabajo remunerado (5,8 y 3 horas, respectivamente) y al ocio (5,2 y 4,2 horas, en su orden). En promedio, un hombre en una zona rural dedica 6,2 horas del día a trabajo remunerado, 4,9 horas más que una mujer en este mismo sitio.

Asimismo, los hombres del campo dedican menos tiempo a los cuidados y las tareas del hogar y duermen más horas que las mujeres y sus pares de género en ciudades. Igualmente, el análisis muestra que si las labores del hogar y del cuidado se consideraran trabajo, la carga laboral de las mujeres excedería la de los hombres.

Es así como aquellas de la población con Sisbén 1 y 2 dedican tres horas más al trabajo que los hombres, mientras que entre quienes no lo tienen la diferencia es de dos.

La mujer no obtiene por las tareas del hogar y cuidado una remuneración para mejorar su poder de negociación o lograr que sea reconocida en las cuentas nacionales”, afirma el Pnud.

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