“Lo que el mundo necesita ahora es solidaridad. Solo con solidaridad podemos derrotar al COVID-19 y construir un futuro mejor”. Con estas palabras, António Gutierres, secretario general de la ONU, hizo un llamado a la comunidad internacional para unir esfuerzos y hacer frente a la pandemia que ha puesto en jaque la vida humana, la economía mundial y la estabilidad social y política de muchos países.

La pandemia ha puesto en evidencia la debilidad de los sistemas de salud, la falta de previsión y respuesta ante una crisis, y en general la fragilidad de los ámbitos social, político y económico.

Por otro lado, hemos visto cómo se han propagado toda clase de noticias falsas, rumores e informaciones en torno a la enfermedad que no solo están confundiendo y creando mayor incertidumbre a la ciudadanía, sino que incluso están poniendo en peligro la salud y la vida humana y generando incluso situaciones de odio y discriminación.

En este sentido, y a pesar de la desinformación, de reacciones xenofóbicas y racistas, e incluso de suspicacias y enfrentamientos dialécticos entre Estados, la solidaridad poco a poco se abre paso desde las comunidades.

Mientras la cuarentena se ha ido alargando en el tiempo, haciendo cada vez más evidentes las desigualdades sociales y la falta de recursos económicos y sanitarios de los países para soportar esta crisis y atender a toda la población, las iniciativas ciudadanas solidarias y desde el voluntariado se han multiplicado desde todas las esquinas del globo y son cada vez más relevantes. Paradójicamente, el mundo globalizado en el que vivimos y que ha propagado la enfermedad de la COVID-19, también ha permitido que millones de personas se conecten, empaticen y tomen conciencia de la difícil situación social.

Desde espacios de trueque hasta la organización de brigadas para entregar alimentos y artículos de primera necesidad, jóvenes y mayores se han movilizado y han llegado, donde en algunas ocasiones las instituciones no lo hacen por falta de capacidad y de recursos.

En este contexto, una vez más las redes de voluntariado han sido clave para complementar acciones ya puestas en marcha por los Estados, las ONG y la cooperación internacional.

Especialmente en la promoción de la salud, con el apoyo a diferentes tareas como la producción y distribución de material sanitario y de protección personal, pero también en cuestiones como el cuidado del ambiente, la inclusión social, gestión de riesgos y desastres, entre otras áreas, el voluntariado tiene un rol muy importante.

Un ejemplo interesante sobre el voluntariado como herramienta para construir una sociedad civil más fuerte es la del proyecto ABS sobre la implementación del protocolo de Nagoya en las comunidades indígenas del Ecuador. Gracias a la creación de redes de voluntariado que se generaron como parte del fortalecimiento de la gobernanza local, durante la emergencia sanitaria por la COVID-19, se monitorearon actividades comunitarias a través de Internet y se priorizó junto a consejos locales, protocolos para contener y mitigar la propagación del virus mediante el uso de medios tecnológicos.

Este tipo de acciones fueron coordinadas por autoridades ecuatorianas y facilitadas por las estructuras de apoyo creadas por los Voluntarios de las Naciones Unidas que trabajan con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. Es una muestra de que las redes de voluntariado permiten que la relación con los gobiernos locales sea más fluida y que la política pública responda efectivamente a las necesidades de las personas.1

Aunque es difícil cuantificar con datos el aporte del voluntariado, un reporte elaborado por el Programa de Voluntarios de las Naciones Unidas (VNU) ‘Informe sobre el Estado del Voluntariado en el Mundo 2018’, afirmó que, en el mundo, el personal voluntario formal equivaldría a 109 millones de trabajadores a tiempo completo. Si estos trabajadores voluntarios a tiempo completo constituyeran un país, el personal de “Volunteeria” sería el quinto más numeroso del planeta, lo que sería aproximadamente el número de personas empleadas en Indonesia.

Para muchos países el voluntariado representa una fuerza motora de paz y desarrollo. Es el caso de Kenia, que en 2017 realizó una investigación realizada por el Ministerio de Trabajo y Protección Social para determinar las contribuciones del trabajo voluntario en el país, descubriendo que representa un 3.66 % de su PIB.

También se debe considerar que el aporte del voluntariado informal representa el 70% del total. Por esta razón, el Global Technical Meeting, que se realizó en julio de este año con la temática de ‘Reimaginar el Voluntariado para la Agenda 2030’, abordó entre sus temas principales cómo  lograr que el voluntariado formal e informal se conecten mejor, además de evidenciar sobre el aporte del voluntariado como un acelerador de los Objetivos de Desarrollo Sostenible por sus características distintivas de promover conexiones humanas, aumentar la solidaridad, impulsar el intercambio de experiencias y aprendizajes, etc.

Tomando en cuenta este impacto y que los países no pueden sustituir a la inversión pública en la generación de resiliencia, definitivamente líderes políticos y tomadores de decisión deben comprender mejor la relación entre el voluntariado y la resiliencia comunitaria para que la acción voluntaria tenga la mejor oportunidad de contribuir al bien colectivo y público.

Con su flexibilidad, disponibilidad y velocidad de acción, el voluntariado puede ayudar a que las comunidades se recuperen mejor, aprendan, se transformen a sí mismas como parte del proceso e innoven mediante la autoorganización y la construcción de relaciones más fuertes que mejoren la confianza y la cohesión social.

Asimismo, puede contribuir enormemente a las prioridades y planes de desarrollo nacional, sobre todo las que conciernen a los grupos de población tradicionalmente excluidos o más desfavorecidos.

Quizás, a la luz de los recientes acontecimientos, podamos ver en poco tiempo cómo se ponen en marcha diferentes mecanismos en diferentes partes del mundo para que el voluntariado sea considerado un eje estratégico en la respuesta a los grandes desafíos que tenemos por delante como humanidad.

La probable aparición de nuevas pandemias, desastres, cambio climático, conflictos bélicos, crisis sociales, violencia de género, discriminación y desigualdad requerirán de un tejido social fuerte y preparado, en el cual el voluntariado sería un apoyo fundamental para que los países sean resilientes.

 

 

 

 

 

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 1Artículo entero: https://www.unv.org/Success-stories/Former-UN-Volunteer-valuing-ancestral-knowledge-indigenous-communities