Marzo 2013
Desde que la Plataforma para la Acción de Beijing instara a los países a relevar encuestas de uso del tiempo para medir “cuantitativamente el valor del trabajo no remunerado que no se incluye en las cuentas nacionales, por ejemplo, el cuidado de los familiares a cargo y la preparación de alimentos”, el levantamiento de encuestas de uso del tiempo ha avanzado sin pausa en los países en desarrollo. En nuestra región, un importante número de países han recolectado información de uso del tiempo, con variadas metodologías y alcances.
Cómo usar la información de uso del tiempo para informar a las políticas de reducción de la pobreza con perspectiva de género
son grandes movilizadores de las políticas públicas”
Maira Colacce, Asesora del Ministerio de Desarrollo Social de
Uruguay, Taller de discusión “Incorporando el tiempo en
el abordaje y medición de la pobreza”, Montevideo,
21 de marzo de 2013
Desde que la Plataforma para la Acción de Beijing instara a los países a relevar encuestas de uso del tiempo para medir “cuantitativamente el valor del trabajo no remunerado que no se incluye en las cuentas nacionales, por ejemplo, el cuidado de los familiares a cargo y la preparación de alimentos”, el levantamiento de encuestas de uso del tiempo ha avanzado sin pausa en los países en desarrollo. En nuestra región, un importante número de países han recolectado información de uso del tiempo, con variadas metodologías y alcances.
Puede decirse que México y Uruguay muestran los avances más sostenidos en este campo, ya que han levantado o están por levantar su tercera encuesta de uso del tiempo. Pero no están solos: en los últimos años Argentina (en Buenos Aires y en Rosario), Bolivia, Brasil, Costa Rica (en la Gran Área Metropolitana), Colombia, Chile (en Gran Santiago), Ecuador, Panamá, Perú y Venezuela han levantado encuestas de uso del tiempo. Aquellas de las que se conocen los resultados –algunas son muy recientes, como la de Venezuela, o están en campo, como la de Colombia– muestran que las mujeres realizan más trabajo doméstico y de cuidados que los varones, en particular las madres de hijas e hijos pequeños y las ocupadas, y que mujeres y varones provenientes de hogares pobres por ingresos realizan más trabajo doméstico y de cuidados que quienes provienen de hogares no pobres. La Plataforma para la Acción de Beijing asocia de manera muy clara la visibilización, medición, y valoración del trabajo doméstico y de cuidados a su incorporación en las cuentas nacionales –comparables al Producto Bruto Interno– a través de cuentas satélites. Esto implica reconocer que el trabajo doméstico y de cuidados “expande” el ingreso nacional, y por lo tanto el bienestar. El nivel “macro” de análisis tiene su correlato a nivel micro. |
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El consumo de los hogares es superior a sus gastos en bienes y servicios, ya que el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado que se realiza en ellos expande las posibilidades de consumo de sus miembros. La valoración de los “servicios” que brinda el trabajo doméstico y de cuidados complementa el ingreso monetario, y brinda una medida “ampliada” del bienestar. | “…el valor del trabajo doméstico y de cuidados no remunerado tiene un rol igualador, ya que en algunas circunstancias puede compensar la inequidad de ingresos monetarios.” | ||||||
El hecho de que trabajo doméstico y de cuidados sea mayor a menores niveles de ingreso monetario abona la idea de que existe un cierto grado de sustitución entre el trabajo doméstico y de cuidados y el ingreso monetario (ya que, en efecto, existen algunos sustitutos de mercado para el primero). Como resultado de este comportamiento, la incipente literatura que analiza la distribución del ingreso ampliado encuentra que el valor del trabajo doméstico y de cuidados no remunerado tiene un rol igualador, ya que en algunas circunstancias puede compensar la inequidad de ingresos monetarios. Sin embargo, si bien el “ingreso extendido” es mayor que el ingreso monetario, esto no quiere decir que sea suficiente. Para medir su suficiencia, es necesaria una medida independiente de las necesidades de los hogares. Sin esta medida independiente, no es posible definir la “pobreza de tiempo”.
En la literatura, existen varias propuestas de medición de la pobreza de tiempo, en algunos casos como pobreza de tiempo “de ocio”, en otros como pobreza de tiempo “discrecional” o realmente “libre”. En estas propuestas, el tiempo de ocio o discrecional es un “consumo” en sí mismo, y por lo tanto su falta, una dimensión de la privación, que puede incorporarse a medidas de pobreza multidimensionales. En cierta literatura se reconoce que la pobreza de tiempo no es independiente de la de ingresos, pero se estiman complicados trade-offsentre una y otra. Existe también una mirada más sencilla, y tal vez más afín con el tratamiento “macro” del que hablábamos antes. En el cálculo de las medidas de pobreza (absoluta) que normalmente utilizan nuestros países el trabajo doméstico y de cuidados se encuentra invisibilizado, pero está. Vivir con los ingresos de la canasta de pobreza requiere un mínimo de trabajo doméstico y de cuidados (preparar comidas, cuidado de niños y niñas y otros dependientes, limpieza, etc.) que no puede ser sustituido (porque no alcanzan los ingresos para comprar sustitutos). La medida de pobreza de tiempo e ingreso del Instituto Levy (LIMTIP por sus siglas en inglés) toma este trabajo invisibilizado como punto de partida para establecer un umbral de requerimientos de tiempo. El tiempo es, en este caso, una forma de medir el trabajo doméstico y de cuidados necesario en la línea de pobreza, no un consumo en sí mismo. Y la valoración de este tiempo “ajusta” la línea de pobreza, del mismo modo que el valor del trabajo doméstico y de cuidados “ajusta” al PIB (ya que en efecto se utiliza el mismo “precio”, el salario horario de las trabajadoras domésticas).
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