Una mano que se mueve al compás de la música de fondo, una mirada intensa, esa ligereza de las piernas cuando se avanza, el mechón rebelde sobre la frente, la cara que se estremece con un golpe en la mejilla. Los aplausos, la venia. Camila se toca la mejilla y bromea con su compañero de escena. Acaban de finalizar el primer acto de una obra de teatro que ilustra la situación de millones de mujeres en el mundo, la violencia intrafamiliar.

El cuerpo de Camila es un cuerpo cargado de experiencias, tiene 14 años, pero es un cuerpo en el que se marcaron las heridas de la guerra y que ahora emprende el camino de la actuación en el antiguo ETCR de Playa Rica en Meta gracias al programa de Confianza y Paz. No sabe bien cómo llegó a vincularse al grupo de teatro, la verdad no recuerda que le haya apasionado la actuación alguna vez, pero considera que su cuerpo es un instrumento que sirve para despertar la conciencia de algunas de las mujeres del ETCR que más admira, amigas y vecinas que la han visto crecer y convertirse en la adolescente que es, su cuerpo grita ¡no más violencia!

 

Era una niña cuando vio la guerra a los ojos, la padeció en la piel. Recuerda con algo de asombro y quizás miedo, que pudo haber muerto a los 6 años cuando en la vereda que vivía hubo un enfrentamiento entre la guerrilla y el Ejército y un chasis de un carro abandonando, que se había convertido en su escondite preferido y centro de juegos, voló en mil pedazos. La guerra le dejó unas cicatrices en su piel casi imperceptibles, las mismas que deja en un niño citadino tener una infancia cargada de experiencias y juegos en el parque, pero también le dejó los recuerdos violentos y un discurso elaborado y contundente de lo que significa vivir en guerra y padecer en las entrañas de una sociedad tan desigual como la colombiana.

 

Vio a su mamá combatir en el campo y ahora la acompaña de la mano en su proceso de reincorporación. Ella, Camila, entiende más de este proceso que muchos de nosotros y habla con la propiedad y experiencia que le ha dado estar desde el primer momento en que su madre dejó las armas. Admiradora de su madre, la apoya y defiende su manera de actuar. Es su ejemplo a seguir y es quien desde pequeña le ha enseñado un amor casi irracional por ayudar a los demás y convertirse en una mujer independiente, que luche por alcanzar sus sueños.

Su mente no olvida la guerra, pero su alma parece ir lejos cuando se trata de soñar. Cuando se gradúe, quiere estudiar medicina general en Cuba, obtener una beca que parece decidida a ganarse y después retornar al país que la vio nacer, especializarse en psicología infantil y volver a recorrer estos caminos rurales y selváticos para ayudar a tantos niños que crecen sin la seguridad de un sistema de salud que los respalde. Es una adolescente fuerte, con bastante claridad en sus proyectos como en sus palabras.

Sabe que la mayor parte de los problemas de los niños y niñas del país es crecer en una sociedad desigual, sin acceso a los servicios más básicos, a una educación y a un sistema de salud de calidad, así como la oportunidad de crecer en un entorno libre de violencias. Ahora que la guerra parece estar cediendo en su territorio, el monstruo de la violencia intrafamiliar y lo violencia contra la mujer la hacen emprender una lucha para defender a las mujeres de su comunidad.

Ha participado activamente en los talleres organizados por mujeres y capacitadores del programa sobre los tipos de violencia que afectan a las mujeres, cómo detectarlos y qué medidas tomar para que las agresiones no escalen y transgredan los derechos humanos de las mujeres.

Ella sabe que la violencia es estructural y está estrechamente vinculada a la forma en que se han pensado los estereotipos de género, y que muchas veces se agravan por las situaciones de pobreza, falta de educación y capacitación, y los roles históricos que han tenido las mujeres y los hombres.

El programa de Confianza y Paz ha permitido que varias mujeres pertenecientes al ETCR de Playa Rica como de las comunidades aledañas participen en talleres sobre prevención de violencias basadas en género como en actividades de cuidado de lo femenino. De igual manera, el programa ha alentado la generación de ideas y actividades que nazcan de la propia comunidad, como la obra de teatro, para que estos aprendizajes sean compartidos entre todas las comunidades para lograr un cambio estructural que permita a las mujeres vivir tranquilas y obtener mejores oportunidades en sus vidas.

La Macarena, Meta, Colombia

 

Fuente: https://pnudcolombia.exposure.co/el-valor-de-un-cuerpo-que-lucha