La falta de empoderamiento de las mujeres constituye una forma de desigualdad crítica. Y si bien existen múltiples barreras para el empoderamiento de las mujeres, la violencia contra mujeres y niñas es tanto una causa como una consecuencia de la desigualdad de género.
Las estimaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) indican que aproximadamente una de cada tres mujeres y niñas en el mundo (el 35 por ciento) han experimentado violencia física o sexual a manos de su pareja o de terceros. Estos números, aunque impactantes, solo cuentan una parte de la historia.
La violencia de género es un fenómeno global que trasciende límites de edad, estatus socioeconómico, nivel educativo y situación geográfica. Pero, lo cierto es que todavía queda mucho por saber sobre su verdadero alcance. Por ejemplo, solo 107 de 195 países disponen de datos sobre la violencia doméstica, un número que desciende a 56 cuando hablamos de cifras sobre violencia a mujeres a manos de terceros. Pero incluso cuando existen datos, es probable que las cifras estén subestimadas, ya que es muy difícil recopilar información sobre la violencia de género, debido a que victimas sienten miedo al denunciar o se sienten avergonzadas.
Más allá de las víctimas, la violencia de género también tiene un impacto en la vida de muchas otras mujeres. El temor a la violencia puede impedir que continúen con su educación, trabajen o ejerzan sus derechos políticos. Una reciente encuesta de Gallup muestra que, de manera consistente, en todas las regiones del mundo, las mujeres se sienten menos seguras que los hombres, aunque los niveles de inseguridad varían significativamente según la zona geográfica.
Pero la violencia de género no es solo una causa de desigualdad, sino que también es consecuencia de ella. En muchos lugares, se ve reforzada por leyes discriminatorias y normas sociales excluyentes que socavan la independencia y las oportunidades en el ámbito de la educación y los ingresos de mujeres y niñas. Algunas veces, la violencia de género se asocia a cambios en las relaciones de poder dentro de los hogares y las comunidades, especialmente cuando hay un resentimiento contra las mujeres que se alejan de los roles convencionales.
Así, hoy en día, 49 países aún no tienen leyes que protejan a las mujeres de la violencia doméstica. En 32 países, los procedimientos a los que se éstas enfrentan para obtener un pasaporte difieren de los de los hombres. Y en 18 países, las mujeres necesitan la aprobación de su marido para aceptar un trabajo. Prácticas como el matrimonio infantil también están generalizadas en muchos lugares, especialmente en los países con bajo nivel de desarrollo humano, donde el 39 por ciento de las mujeres de 20 a 24 años se casaron antes de cumplir 18 años.
Asimismo, las estimaciones del Informe sobre Desarrollo Humano 2015, muestran que a pesar de que ellas realizan la mayor parte del trabajo global (un 52 por ciento), las mujeres afrontan desventajas tanto en el trabajo remunerado como en el no remunerado. Realizan tres veces más trabajo no remunerado que los hombres (un 31 por ciento versus un 10 por ciento) y, cuando su trabajo es remunerado, ganan un 24 por ciento menos que sus homólogos masculinos. El denominado «techo de cristal» profesional, se traduce en que las mujeres aún ocupan solo el 22 por ciento de los puestos de liderazgo en empresas y menos del 25 por ciento de los cargos políticos y judiciales de alto nivel.
Entonces, ¿qué debemos hacer? Claramente resulta fundamental apoyar a las mujeres y niñas víctimas de la violencia, ya se trate de violencia doméstica o en el lugar de trabajo, por ejemplo, asegurando que tengan acceso a la justicia, a refugio y a protección. Pero para romper el ciclo de la violencia de género, las intervenciones políticas deberían centrarse en el largo plazo, cambiando aquellas normas sociales que son discriminatorias; cerrando las brechas de género existentes en el nivel educativo, económico o social; y creando una mayor concienciación social acerca de la violencia de género.
Políticas innovadoras y ambiciosas que apuntan a resultados transformadores (como aumentar la participación de las mujeres en la comunidad) pueden llegar a cambiar las normas. Si bien las normas deben guiar el diseño de políticas y programas culturalmente sensibles, no deben limitar o socavar estas iniciativas.
Se han logrado avances en muchos frentes importantes, como el cierre de las brechas entre hombres y mujeres en la educación primaria; pero ha habido inercia y estancamiento en otros ámbitos, como el empleo. Se necesita un esfuerzo mucho mayor para abordar los patrones de violencia que afectan a muchas sociedades y para que éstos no se perpetúen a través de las generaciones. Recopilar más datos es un primer paso importante.