Si las mujeres son la mitad de la población de América Latina y el Caribe, tendría sentido que tuvieran la misma representatividad en las distintas áreas de la sociedad. Se trata de una cuestión de derechos humanos, que a su vez es una movida inteligente porque genera ganancias tanto para los hombres como para las mujeres, en lo social y en lo económico.

Sin embargo, en nuestra región las mujeres hacen un 75% del trabajo doméstico no pagado, una de cada tres de ellas no generan ingresos y el 54% trabajan en contextos informales, con ingresos frágiles y poca protección social. Por ende, privamos empresas y toda la sociedad de su talento y contribución a las finanzas de sus familias y a la economía de sus comunidades y de sus países.

Las empresas ya están cosechando beneficios. En Chile, con dicho Sello de Género, la empresa estatal de cobre Codelco impulsó grupos mixtos de mujeres y hombres en esta industria tradicionalmente masculina, lo que resultó en un aumento de la productividad. De manera similar, el Banco Nacional de Costa Rica aumentó la representación de mujeres en puestos de toma de decisiones a través de un programa de liderazgo que permitió a 70 mujeres asumir puestos gerenciales, mientras que Scotiabank de Canadá identificó empleados potenciales para un “Banco de Talentos” ofreciendo programas tutoriales para mejorar el acceso de las mujeres a puestos de alto nivel.

Tenemos una oportunidad extraordinaria de impulsar el rol de las mujeres en el ámbito social, político, y también en lo económico. Esto será clave si queremos alcanzar en los próximos 12 años los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), una serie de metas que incluyen erradicar la pobreza en todas sus formas, impulsar el crecimiento equitativo y lograr una educación de calidad para todos. Los ODS están fuertemente interconectados y la igualdad de género es esencial para lograrlos con amplitud.

El compromiso de los países del mundo para alcanzar tales objetivos es crucial para empoderar a las mujeres también en el ámbito laboral. Los números lo comprueban. La igualdad de género en la fuerza de trabajo podría sumar hasta 28 billones de dólares a la economía mundial para 2025, según un informe del McKinsey Global Institute. Además, las empresas diversas son más innovadoras y las empresas innovadoras son más diversas, y ambas impulsan el crecimiento, según un estudio de Harvard Business Review.

Todo esto está al alcance de las manos. Pero las empresas deben tomar medidas concretas para que esto suceda.

Para discutir los desafíos y compartir las mejores prácticas para promover la igualdad de género en el lugar de trabajo, más de 400 representantes empresariales y gubernamentales se reúnen en Santiago de Chile del 27 al 28 de febrero para el Cuarto Foro Global de Empresas para la Igualdad de Género, una iniciativa del Gobierno de Chile con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en asociación con la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y ONU Mujeres.

Estudios recientes muestran que más mujeres en juntas directivas llevan a mejores resultados financieros y niveles más altos de filantropía corporativa, pero las mujeres ocupan menos del 5% de los puestos de CEO en compañías de S&P 500 y menos del 20% de las juntas directivas.

Las cifras no son mejores para América Latina, donde las mujeres solo representan el 4,2% de los puestos de directores ejecutivos entre las 1.269 empresas que cotizan en bolsa, según la OIT. Además, casi la mitad de las juntas ejecutivas en la región están compuestas exclusivamente por hombres y en promedio, solo el 8,5% de sus miembros son mujeres.

Tanto en los países ricos como en los pobres, las mujeres soportan una carga desproporcionada de trabajo de cuidado no remunerado, que les priva de oportunidades para obtener ingresos, iniciar sus propios negocios y participar en la vida pública, al privar las economías de sus talentos y contribuciones. Con las actuales tasas de progreso, tomará más de 220 años para cerrar esta brecha de género y lograr una participación equitativa en la fuerza de trabajo, según el último Informe Global de la Brecha de Género del Foro Económico Mundial.

La región no puede darse el lujo de esperar.

Durante la última década, el PNUD ha estado apoyando a socios en 17 países de América Latina y el Caribe, África, Asia y Eurasia para certificar empresas públicas y privadas en el cumplimiento de los objetivos de igualdad de género. A través de la iniciativa «Sello de Género», las empresas certificadas se comprometieron a eliminar las diferencias salariales entre hombres y mujeres, aumentar el número de mujeres en puestos de toma de decisiones, mejorar el equilibrio entre la vida laboral y personal, erradicar el acoso sexual en el lugar de trabajo y aumentar la participación industrias tradicionales.

Las empresas ya están cosechando beneficios. En Chile, con dicho Sello de Género, la empresa estatal de cobre Codelco impulsó grupos mixtos de mujeres y hombres en esta industria tradicionalmente masculina, lo que resultó en un aumento de la productividad. De manera similar, el Banco Nacional de Costa Rica aumentó la representación de mujeres en puestos de toma de decisiones a través de un programa de liderazgo que permitió a 70 mujeres asumir puestos gerenciales, mientras que Scotiabank de Canadá identificó empleados potenciales para un “Banco de Talentos” ofreciendo programas tutoriales para mejorar el acceso de las mujeres a puestos de alto nivel.

Tenemos una oportunidad a mano, que es casi una obligación. El costo de no permitir que las mujeres contribuyan de igual manera que los hombres es demasiado grande no solo para las empresas pero para las sociedades como un todo. Las empresas, públicas y privadas pueden ser los principales impulsores de un crecimiento inclusivo, que reduzca brechas de desigualdad con el énfasis de no dejar a nadie atrás.

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