El incremento en la última década del número de fenómenos naturales y de sus fatales consecuencias ha estimulado la reflexión colectiva en torno al tema y ha evidenciado la relación que existe entre desarrollo y riesgo de desastres. Así se ha ido abandonando el enfoque de manejo de emergencias o manejo de desastres, para centrar la mirada en la gestión integral del riesgo y en la necesidad de la prevención de los mismos.

Para prevenir los desastres, es necesario disminuir las vulnerabilidades de las poblaciones a través por ejemplo, de una mejor distribución de la renta, planificación urbana que impida asentamientos en riesgo, creación sostenible de viviendas, igualdad de acceso a los recursos y a las oportunidades para todas las personas, uso de energías limpias que afecten lo menos posible al cambio climático, etc.

Pero no sólo en cuanto a la prevención, en el análisis de los impactos también es clave el enfoque de género. La distribución sexual de trabajo, que asigna el trabajo de los hombres al ámbito público y el de las mujeres al ámbito privado del hogar y a la comunidad, genera efectos diferenciados por género en estas situaciones. Un ejemplo: los terremotos, inundaciones, deslizamientos, huracanes u otros fenómenos, encuentran con mayor probabilidad a las mujeres en el hogar, junto con las personas dependientes, lo cual amenaza seriamente su supervivencia. Una vulnerabilidad específica de los hombres, tiene que ver con la exigencia, basada en su condición de género, de poner en riesgo su vida para rescatar a las víctimas.

Las mujeres tienen menos acceso y control de los recursos, lo que las sitúa en condición de dependencia y pobreza. Además, el trabajo reproductivo no remunerado y la infravaloración histórica de sus capacidades, dificulta su acceso a la formación y capacitación para la gestión del riesgo. Su exclusión de la planificación de acciones de prevención, mitigación y rehabilitación, impide que se tengan en cuenta sus necesidades específicas y que sea aprovechado su conocimiento acerca de los problemas comunitarios.

Por otro lado, las mujeres están sobrerepresentadas en el sector informal, uno de los sectores más afectados cuando se produce un desastre. Sin embargo, en el proceso de evaluación de daños posterior al desastre, los utensilios que utilizan las mujeres para la obtención de ingresos e incluso para las tareas relacionadas con el cuidado, no son tenidos en cuenta muchas veces. Esto provoca la invisibilización de sus necesidades, dificulta su recuperación y perpetúa su subordinación.

 
 
 
 
 

Los periodos posteriores al desastre son momentos críticos en tanto la crisis atraviesa el tejido y las relaciones sociales existentes, potenciando nuevas oportunidades para la transformación de las relaciones de género, pero también reproducen formas de violencia y explotación que ponen en riesgo la vida de mujeres, niñas, y niños. El trabajo doméstico aumenta enormemente para las mujeres, dado que se pierden o interrumpen los sistemas de apoyo de cuidado infantil, las escuelas, las clínicas, el transporte público y las redes familiares, y las viviendas están dañadas (Enarson, 2004). Además, las mujeres, junto con niñas, niños, ancianas y ancianos, son más vulnerables a las situaciones de violencia y abuso que tienen lugar en los albergues, como resultado de la discriminación hacia las mujeres y de los altos niveles de estrés postraumático.

Las situaciones de emergencia y los procesos de recuperación profundizan la división sexual del trabajo, en la medida que se asignan tareas tradicionales basadas en los roles de género. Mientras las mujeres realizan las tareas de alimentación, limpieza y cuidado en los albergues, los hombres se dedican al rescate, la reconstrucción y la creación de infraestructura para disminuir el riesgo. Incorporar el enfoque de género en todos los momentos de la gestión del riesgo, permite “deconstruir” la división sexual del trabajo, fomentar la participación y el desarrollo humano de mujeres y hombres e incorporar los conocimientos específicos de las mujeres, de gran valor para el bienestar de la comunidad.

Es por todo  ello que en Sendai, con la celebración de la 3ª Conferencia Internacional de Gestión del Riesgo de desastres celebrada en 2015 el papel de las mujeres se visibiliza de forma clara desde los Principios como en actores que tienen que ser tenidos especialmente en cuenta.

La región de América Latina y el Caribe es una de las regiones más vulnerables a sufrir desastres naturales y la tendencia va en aumento. Según el Bureau de Crisis, Prevención y Recuperación (BCPR) del PNUD, “entre 1993 y 2002 casi 63.000 personas perdieron la vida en la región como consecuencia de este tipo de desastres”. Dada la inexistencia de datos desagregados por sexo, es difícil obtener una visión completa de la realidad, que permita diseñar políticas específicas con enfoque de género. Por ello en los últimos años diversas instancias responsables de la gestión de riesgos a nivel nacional y regional (Centro de Coordinación para la Prevención de los Desastres Naturales en América Central (CEPREDENAC), el Programa de Preparación antes los desastres del Departamento de Ayuda Humanitaria de la Comisión Europea (DIPECHO), Oscilación Meridional El Niño (ENSO), etc.) están emprendiendo acciones para generar estadísticas y datos desagregados que reviertan esta situación. Pero también están surgiendo iniciativas locales y nacionales que quieren integrar el enfoque de género en las políticas y programas relacionados con la gestión del riesgo y que están avanzando con ejemplos claros y coherentes. Esta es sin duda una oportunidad para “reconstruir y repensar” en conjunto, nuevos modelos de organización social equitativos, justos y respetuosos con el medio ambiente.