La década 2011-2020 ha sido nombrada por las Naciones Unidas la Década de la Biodiversidad. Durante 3 días, del 15 al 17 de febrero más de 65 mujeres y hombres se reunieron en México para compartir experiencias y aportar en el desarrollo de una Estrategia Nacional de Biodiversidad y Plan de acción (NBSAP) con perspectiva de género.

 

 

La década 2011-2020 ha sido nombrada por las Naciones Unidas la Década de la Biodiversidad. Durante 3 días, del 15 al 17 de febrero más de 65 mujeres y hombres se reunieron en México para compartir experiencias y aportar en el desarrollo de una Estrategia Nacional de Biodiversidad y Plan de acción (NBSAP) con perspectiva de género.

México es el primer país piloto participa en un proyecto apoyado por el Fondo de Biodiversidad de Japón para construir capacidad de los países Parte de la Convención para integrar la perspectiva de género en su política de biodiversidad, planificación y programación. El proyecto tiene la intención de trabajar con al menos tres países piloto para integrar el género consideraciones en sus Estrategias y Planes.

El PNUD trabaja sistemáticamente en el apoyo a los países en el tema de biodiversidad a través sobre todo de la implementación de proyectos del Global Environment Found, GEF, por sus siglas en inglés. Cada vez más se realizan esfuerzos sustantivos para que el enfoque de género sea parte intrínseca de estos proyectos.

Porque cuando hablamos de medio ambiente y de biodiversidad, no sólo hablamos de plantas y de animales. Las personas, y sus prácticas vitales y de consumo y su organización social, son centrales en el análisis tanto por los perjuicios como por los beneficios que pueden causar en su entorno. En virtud de su socialización de género, mujeres y hombres desarrollan distintas funciones en la familia, el trabajo o la comunidad y, por tanto, manejan y conservan los recursos naturales de forma distinta y tienen un control diferenciado sobre los mismos. Del mismo modo, la vulnerabilidad que enfrentan unas y otros ante los riesgos de desastre difieren en función de los roles que desempeñan y los espacios en que se desarrollan.

La propiedad de la tierra y el acceso y control de recursos naturales como el agua, la participación en la toma de decisiones de la gestión ambiental también están determinados por la discriminación histórica que han sufrido las mujeres. El uso de energía que hacen mujeres y hombres también es diferente, en los países en desarrollo las mujeres son las principales recolectoras y transportadoras de leña y demás combustibles. El deterioro ocasionado en el medio ambiente por prácticas indiscriminadas ha llevado a que éstas dediquen cada vez más tiempo a estas tareas en detrimento de otras actividades, lo que aumenta las brechas ya existentes. Además la búsqueda de los recursos puede suponer riesgos importantes (robos, violencia sexual, caída, picaduras, etc.) y la utilización de combustibles tradicionales puede generar, entre otros, problemas respiratorios.

Sin embargo, los proyectos medioambientales ignoran muchas veces esta realidad o aprovechan esta división de tareas para implementar sus iniciativas (más carga de trabajo para las mujeres), sin ver la oportunidad que tienen de transformar patrones socioculturales, empoderar a las mujeres y construir comunidades y sociedades sostenibles y equitativas.

Se trata pues de pensar en las generaciones presentes y en las futuras, de desarrollar un entorno donde puedan atender sus necesidades por igual y generar prácticas de consumo «cuidadoras» de nuestro medioambiente.

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