El actual contexto cambiante se da a partir de factores económicos, financieros, políticos, ambientales y científico tecnológicos. La Revolución Digital es uno de los factores que contribuyen a configurar el presente de nuestras sociedades y el futuro inmediato. Puede brindarnos oportunidades y enfrentarnos a diversos riesgos respecto a los procesos de autonomía económica de las mujeres, por lo tanto, supone desafíos para el avance en la igualdad de género.

 

En el debate -todavía incipiente en nuestros países de América Latina y el Caribe- sobre el impacto de esta revolución sobre el futuro del trabajo, prácticamente no se visualizan preocupaciones sobre las desigualdades de género.  La ausencia de esta problemática en la discusión hace que todo pronóstico, así como las propuestas para un futuro más justo sean cuando menos incompletos e ineficientes.

 

¿Cómo analizar tendencias y fundamentar propuestas? ¿Qué lugar ocupan nuestros países en la revolución tecnológica? ¿El futuro se constituye en una oportunidad para las mujeres o nos veremos incluidas en un mercado laboral que continúa reforzando y recreando diferentes formas de discriminación? ¿Las nuevas modalidades de empleo basadas en el uso de las nuevas tecnologías podrán contribuir a eliminar desigualdades? ¿Se crearán mejores condiciones para que hombres y mujeres puedan distribuir su tiempo entre el trabajo remunerado y no remunerado? ¿Se mantiene la segregación laboral y ocupacional de género? ¿Cuáles es el rol de las políticas públicas?

 

La respuesta a varias de estas preguntas supone en primer lugar la identificar las especificidades de diferentes grupos de mujeres, porque éstas respuestas también dependen, por ejemplo, del nivel educativo y el tipo de educación adquirido, y estas variables a su vez, de las situaciones económicas, sociales y culturales de los hogares y sus valores y creencias.

 

Se trata pues, de considerar cuan próximas se encuentran las mujeres a la creación/producción de las innovaciones científico-tecnológicas o si son usuarias-proveedoras, ya sea como operadoras (trabajadoras) o consumidoras, o simplemente están ajenas a esta revolución.

 

La creación o destrucción de empleo es una de las mayores preocupaciones, por ejemplo, en el caso de Uruguay, un estudio que busca proyectar los impactos de la revolución tecnológica a la que se asiste, presenta algunos de los siguientes hallazgos (OPP 2017). La consideración conjunta de la evolución del tipo de tareas (manuales/intelectuales) y de ocupación da cuenta de que el cambio tecnológico ha operado recientemente en la estructura de empleo uruguaya, trasladándose paulatinamente hacia empleos más intensivos en tareas cognitivas, y menos intensivos en tareas manuales. Respecto a los impactos de la robotización el estudio señala que la: 

 

  • Menor proporción de empleos con alto riesgo de automatización: enseñanza y salud, información y comunicación y las actividades profesionales, científicas y técnicas. Requieren personal con habilidades de trato interpersonal y pensamiento creativo.

 

  • Los empleos de las mujeres presentan un riesgo de automatización (60%) significativamente menor que el de los hombres (68%).

 

  • Para quienes no completaron primer ciclo de secundaria el riesgo de automatización es del 74%, mientras para quienes tienen algún año de educación terciaria de 27%.

 

  • Los empleos desempeñados por mujeres tienen en general más intensidad en tareas cognitivas y menor riesgo de automatización.

 

  • Los ocupados masculinos con bajo nivel educativo suelen encontrarse en sectores como la construcción, la producción rural o industrial, todos ellos con riesgo alto de automatización, mientras que una mayor proporción de mujeres con bajo nivel educativo se encuentran empleadas en ocupaciones con una estimación de riesgo de automatización mediano, vinculadas a los servicios de limpieza, salud y cuidados.

 

Respecto a la organización del trabajo, las relaciones laborales y la organización social de los cuidados es central considerar que las innovaciones tecnológicas (megadatos, impresión en tres dimensiones, inteligencia artificial, robótica, por citar algunas) promueven diferentes formas de organización del trabajo y de contratación de la mano de obra, y se producen modificaciones en las relaciones laborales tradicionales (¿asalariado, autónomo o emprendedor?).  Por ejemplo, el “trabajo colaborativo” («crowdwork») –actividades o servicios que se realizan en línea independientemente de la ubicación del trabajador y del mercado de destino- y “a pedido” a través de aplicaciones («work on demand vía apps»). Las ventajas que suelen rescatarse de este tipo de empleos refieren a la flexibilidad (elegir cuándo, dónde y cómo quieren trabajar, así como qué tareas desempeñar) y también por su potencial para contribuir a que las personas puedan equilibrar sus responsabilidades laborales y familiares.

 

Pero, al analizar cómo se distribuyen hombres y mujeres en las plataformas, se observa que según Bergs et al (2018) a partir de una amplia encuesta llevada adelante en 2015 y 2017, que cubrió a 3, 500 trabajadores en 75 países trabajando en las 5 mayores microtask platforms (plataformas de microtareas) encuentran que: las mujeres representan una de cada tres trabajadores a nivel global; en países desarrollados una de cada cinco. Dos razones más importantes para trabajar en esas empresas señalan son: «complementar ingresos recibidos de otros trabajos» (32%) y «prefieren trabajar desde casa» (22%) «solo podían trabajar desde casa» debido a las responsabilidades de cuidado: 13% de las trabajadoras y 5% de los hombres.  Una de cada cinco trabajadoras tenía niños de 0 a 5 años.

 

Si bien se advierten algunas ventajas respecto a la compatibilización del trabajo doméstico y la vida familiar en el caso de las mujeres dada la división sexual del trabajo predominante, es necesario interrogarse acerca de en qué condiciones se hace, en qué medida eso implica un mayor aislamiento, dificultad para organizarse, desarrollar habilidades sociales a través del trabajo, y cuánto hay de traslado de los costos de la producción hacia el propio individuo (Valenzuela 2018).

 

Otro elemento central es la discriminación laboral y económica, por ejemplo; respecto a Los algoritmos, Degryse (2016) señala en relación con los trabajadores de las plataformas digitales, el riesgo de transformarse en instrumentos al servicio de los algoritmos (por la relación que se establece con los trabajadores en términos de exigencias e incluso el control de la tarea). Los algoritmos (aunque actúen de forma remota y automática) no son neutrales; se basan en información y percepciones de la realidad (quienes serán seleccionados o rechazados; que se espera del “trabajador ideal”). Esto implica que las consideraciones de género no estarán ausentes.

 

Y respecto a la segregación laboral, la economía en plataformas puede ser dividida en diferentes categorías: (i) servicios virtuales de alta calificación (ii) servicios físicos de baja calificación (iii) servicios físicos de alta calificación y (iv) servicios virtuales de baja calificación (Madariaga et al. 2019). En Argentina, Las plataformas vinculadas a servicios donde se requiere un desplazamiento físico y cuyo desempeño requiere un nivel de calificación menor: menor participación de las mujeres. En el extremo contrario, Zolvers se constituye como la única plataforma totalmente feminizada: el 100% de las encuestadas se identifica como de sexo femenino.

 

Existe una diferencia significativa entre hombres y mujeres de acuerdo al nivel de calificación requerida para ejecutar las tareas en cada plataforma: 8 de cada 10 varones afirman realizar tareas operativas o técnicas, mientras que 7 de cada 10 mujeres afirman que realizan tareas sin nivel de calificación requerido. Si el mismo análisis se realiza sin incluir a las trabajadoras de Zolvers, la proporción se reduce a 4 de cada 10 entre el total de mujeres. (Madariaga et al. 2019).

 

Asimismo, las mujeres continúan concentrándose en campos disciplinarios considerados tradicionalmente femeninos. Por ejemplo, las mujeres en México ocupan la mayoría de los puestos en al área de la salud, (nivel medio más del 70%); relacionados a las TIC, (nivel alto y medio alrededor del 40-45% del total); mientras que en ciencias e ingeniería: las mujeres 17% de los puestos a nivel alto y el 6% en ocupaciones de nivel medio. (López-Bassols, V.  et al. 2018).

 

Al analizar el empleo de las mujeres en industrias relacionadas a la Ciencia y Técnología (esto incluye industrias intensivas en I+D, así como el sector de las TIC) se observa que las brechas de género están claramente presentes. En Chile y Colombia en estas industrias las mujeres ocupan menos de la tercera parte de todos los empleos. (López-Bassols, V.  et al. 2018).

 

Hechas estas consideraciones la innovación tecnológica, su aplicación favorable al desarrollo humano sostenible y la igualdad social y de género no es un resultado mágico, aleatorio o de fuerzas naturales. Tampoco puede quedar librado a las fuerzas del mercado. Depende de transformaciones profundas en las políticas públicas. Los cambios culturales y de normas sociales por el lado de la oferta deben estimularse, así como la diversificación educativa y futuros laborales en el lado de la demanda.