Un informe publicado en el PNUD analiza el efecto de la pandemia diferenciando las víctimas, el tipo de violencia y los niveles de riesgo, aspectos que deben ser considerados para el diseño estrategias de atención oportuna.

La cuarentena decretada para frenar los contagios del COVID-19 generó condiciones únicas para una mayor violencia familiar en el Perú, ya que agresores y víctimas tuvieron que convivir bajo las restricciones de movilidad, la incertidumbre y la crisis económica.  Una reciente investigación publicada por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) evalúa el impacto en la violencia de las primeras 14 semanas del confinamiento que inició el 16 de marzo de 2020.

El estudio, elaborado por Jorge Agüero, José Carlos Aguilar, Angelo Cozzubo, Wilson Hernández y Denise Ledgard, analiza el efecto de la cuarentena diferenciando las víctimas, el tipo de violencia y los niveles de riesgo, aspectos que deben ser considerados para el diseño de políticas y estrategias de atención oportuna.

Dicho análisis se basa en el registro de las llamadas a la Línea 100, servicio telefónico gratuito del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables, que es el mejor termómetro para medir la violencia familiar ya que los Centros de Emergencia Mujer y otros canales de atención fueron declarados no esenciales en cuarentena.

Esa información se cruza con datos georreferenciados sobre la movilidad de personas provistos por Grandata, y se complementa con una serie de entrevistas a sobrevivientes de la violencia, operadoras de la Línea 100 y personal policial.

Las llamadas a la Línea 100 se duplicaron en cuarentena. Se pasó de 13 000 llamadas en el mes febrero de 2020 a atender 26 000 tan solo en julio del mismo año. Un 43 % de estas llamadas fueron por casos de violencia de pareja. En tanto un 35 % eran casos de violencia perpetrada por padres, madres, padrastros o madrastras contra menores de 11 años, quienes tuvieron mayores dificultades para efectuar llamadas en pleno encierro.

El impacto de la cuarentena sobre la violencia no fue lineal. Las llamadas a la Línea 100 cayeron de forma inmediata y abrupta durante las 3 primeras semanas del encierro. Pasadas estas, las llamadas aumentaron en comparación con las del 2019. Se llegó al pico más alto en la semana 10, a medida que la cuarentena se prolongaba y crecían las tensiones, la incertidumbre y la crisis económica.

La violencia sexual no se canalizó por llamadas. Aunque se registró un aumento de las llamadas por casos de violencia psicológica y física, no sucedió lo mismo con los casos de violencia sexual. Esto sugiere que la Línea 100 no fue el canal más adecuado para casos de violencia sexual durante el confinamiento. Dadas las condiciones de aislamiento y factores como el miedo y la falta de una red de apoyo familiar, las víctimas de este tipo de violencia requieren espacios de denuncia, en vez de espacios de ayuda.

La cuarentena silenció los casos de violencia severa. En cuanto a los niveles de riesgo de violencia, el registro de la Línea 100 da cuenta de un aumento en las llamadas de los casos de riesgo leve y moderado. En cambio, las llamadas de riesgo severo disminuyeron.

El encierro cortó la posibilidad de las víctimas en riesgo severo de pedir ayuda o denunciar, pues se acentuó la lógica de control de sus agresores. El relato de una de las operadoras de la Línea 100 lo evidencia así: “Ella no podía hacer la denuncia porque la familia del agresor vigilaba que no saliera. Por eso mintió, dijo que se iba a hacer un control en la posta médica y salió a denunciar. Las agresiones se volvieron peores. Ella se quedó en casa y ahí el agresor borró el contacto de la posta”.

Se redujo la capacidad del personal policial para atender denuncias de violencia. Aunque las comisarías no cerraron y siempre fue posible presentar denuncias allí, muchos policías fueron asignados a labores de control de la movilidad. Además, si una víctima de violencia decidía dejar su casa en la cuarentena alertaba al agresor y, si se movilizaba fuera del horario permitido, se exponía a ser detenida antes de llegar a su destino.

A partir de esos resultados, la investigación evidencia que la violencia familiar es un fenómeno que diferencia víctimas, tipos de violencia y niveles de riesgo, y cada una de esas particularidades deben ser consideradas a la hora de tomar acciones más efectivas.

Entre las recomendaciones se destaca la importancia de plantear alternativas de atención de casos de violencia ya que, como el estudio revela, no todas las víctimas pueden recurrir a las líneas telefónicas de ayuda. Las alternativas son varias: servicios itinerantes de atención de víctimas en lugares públicos, visitas inopinadas a víctimas que hayan denunciado poco tiempo antes del cierre de servicios, entre otras.

De igual manera, se recuerda que la violencia genera más violencia. Si esta ocurrió por primera vez durante la cuarentena, se puede repetir en adelante. Por eso, es indispensable realizar el seguimiento de las mujeres, las niñas y los niños que recurrieron a los servicios de atención o denunciaron a fin de frenar este círculo de violencia.

Informe completo aquí