El cambio climático es consecuencia del calentamiento global que estamos viviendo, y que en gran medida está siendo producido por la emisión de dióxido de carbono y otros gases invernadero hacia la atmósfera, alterando su composición. Estos gases son emitidos por procesos industriales, quema de combustibles de origen fósil (petróleo, carbón y gas natural) y cambios en el uso de los suelos, como la deforestación y relacionado directamente con las fuentes de energía. Las proyecciones indican que si las emisiones continúan a este ritmo, habrá un incremento de temperatura de 1ºC a 5ºC para el año 2100 (PNUD, 2008). Este proceso está directamente relacionado con el desarrollo, los actuales modelos de desarrollo están marcando no sólo la vida de las personas, sino también el futuro del planeta, por ello debemos centrarnos además de en las condiciones de vida de las personas, en el uso, acceso y control de los recursos, la gestión ambiental y el respeto hacia nuestro ecosistema.

Una de las relaciones directas con el cambio climático es la energía, su ausencia o mal manejo puede generar efectos negativos sobre los niveles de pobreza, y efectos directos sobre el Cambio Climático ya que el uso de los recursos naturales para obtener energía afecta directa o indirectamente al calentamiento global. Las fuentes de energía, vistas como fenómenos naturales que suministran energía, son un medio para lograr mejores condiciones de vida de la población.

La progresiva urbanización y modernización tecnológica y el aumento de la población en la región han generado una demanda creciente de energía. El desarrollo económico y social de los países latinoamericanos depende en gran medida de su capacidad para generar energía a través de servicios modernos y eficientes. Mientras en las zonas rurales de América Latina, las personas emplean fuentes energéticas tradicionales para satisfacer sus necesidades, las ciudades, cada vez más grandes, necesitan más energía para su funcionamiento.

El enfoque de género, si bien se ha utilizado con frecuencia en el ámbito social, ha sido la mayoría de las veces ignorado en el sector energético, que se ha configurado tradicionalmente como sector masculino. Sin embargo, los temas de género van ganando importancia, ya que ha pasado de ser un sector puramente técnico a abarcar temas sociales, económicos y medioambientales, haciendo a las mujeres más visibles en los procesos de desarrollo (PNUD, 2007). Este enfoque nos permite ver que el uso de energía que hacen mujeres y hombres es diferente y que esto tiene que ver con los roles de género y la división sexual del trabajo. En los países en desarrollo las mujeres son las principales recolectoras y transportadoras de leña y demás combustibles. El deterioro ocasionado en el medio ambiente por prácticas indiscriminadas ha llevado a que éstas dediquen cada vez más tiempo a estas tareas en detrimento de otras actividades, lo que aumenta las brechas ya existentes. Además la búsqueda de los recursos puede suponer riesgos importantes (robos, violencia sexual, caída, picaduras, etc.) y la utilización de combustibles tradicionales puede generar, entre otros, problemas respiratorios.

Las dobles jornadas que desarrollan las mujeres; el trabajo reproductivo no remunerado en el hogar y el productivo para la generación de ingresos, las convierte también en las principales usuarias de energía. La mayoría de actividades productivas de las mujeres se localizan en el sector informal (artesanías, alimentación, comercio…), y el rendimiento de su negocio depende del precio y la disponibilidad de dichos recursos. Sin embargo, las desigualdades de género hacen que las mujeres sean excluidas de la toma de decisiones sobre los recursos energéticos y de las oportunidades y beneficios de la industria de producción y distribución de energía, uno de los sectores más importantes de las economías.

La región latinoamericana enfrenta un importante reto energético para satisfacer las demandas de su creciente modernización y urbanización. La diversidad de la región dificulta la aplicación de políticas únicas de gestión medioambiental. Esto tiene importantes consecuencias sobre el medio ambiente y el cambio climático, que traerán nuevas amenazas para las poblaciones más vulnerables, entre ellas las mujeres pobres. Es importante poner la atención en la generación de políticas que fomenten un uso responsable de los recursos energéticos e impulsen la utilización de energías renovables no contaminantes. Todo ello incluyendo a las mujeres, contando con su participación en la toma de decisiones y dándoles acceso a las nuevas tecnologías, para degenerar un auténtico desarrollo sostenible con igualdad de género.

Otro de los grandes factores relacionados con la deforestación y las emisiones es el uso de la tierra,  su adecuado uso es fundamental para la conservación del medio ambiente y la gestión de riesgos de desastres. Sin embargo, la sobreexplotación de la tierra, la deforestación, las sequías y la pérdida de biodiversidad generada por la actividad humana descontrolada, están obstaculizando su funcionamiento natural como ecosistema.

Las consecuencias del mal uso y gestión de la tierra afectan de forma diferenciada a mujeres y hombres, debido a la distinta posición que ocupan en la sociedad, los roles que desempeñan y el acceso desigual a la tenencia de la tierra y a la toma de decisiones en relación a ella. La distribución desigual de la propiedad de la tierra ha perpetuado históricamente la pobreza y la subordinación de los sectores más pobres y entre ellos, las mujeres rurales. Así, a pesar de que ellas son actualmente las principales productoras agrícolas a nivel familiar, sus derechos y conocimientos apenas son reconocidos y respetados debido a los sesgos de género existentes en los usos y costumbres, la división sexual del trabajo e incluso el derecho formal. De hecho, las mujeres producen entre el 60 y el 80 por ciento de los alimentos de los países en desarrollo y la mitad de los de todo el mundo (FAO, 2010). Sin embargo, no ha sido hasta hace poco que se ha empezado a reconocer su papel clave como productoras y suministradoras de alimentos y su decisiva contribución a la seguridad alimentaria del hogar.

De acuerdo con Deere y León (2003), en América Latina la distribución de la propiedad de la tierra según el género es extremadamente desigual, y las mujeres sólo en casos excepcionales alcanzan a representar una cuarta parte de los propietarios. Según las autoras, la persistencia de esta brecha en la propiedad de los recursos se relacionaría con cinco factores: la preferencia hacia los varones al momento de heredar; privilegios de los hombres en el matrimonio; tendencia a favorecer a los varones en los programas de distribución de tierras tanto comunitarios como del Estado, y sesgos de género en el mercado de tierras, donde la mujer tiene menos probabilidades que el hombre de participar con éxito como compradora.

Los derechos sobre la tierra pueden mejorar la condición social y económica de las personas, ya que conllevan otros beneficios como el acceso al crédito y a la capacitación tecnológica, y la participación en los procesos de toma de decisión de la comunidad sobre la gestión y uso de la tierra. Esto supone una fuente importante de empoderamiento para las mujeres.

Los proyectos de desarrollo a menudo no toman en cuenta adecuadamente las relaciones desiguales de poder entre mujeres y hombres, lo que supone una amenaza adicional para la consecución equitativa de los derechos sobre la tierra. Así, los proyectos de tenencia de la tierra como la reforma agraria, la titulación de tierras o el catastro, pueden dar lugar a que la tierra de la familia sea registrada a nombre de un miembro de sexo masculino, ignorando las repercusiones que esto pueda tener sobre las vidas del resto de miembros de la familia y específicamente de las mujeres (FAO, 2006).

Las escasas cifras disponibles respecto a los resultados de las reformas agrarias en distintos países de la región dan cuenta de la baja proporción de mujeres beneficiadas por estas políticas dentro del total de tierras distribuidas por el Estado, alcanzando solo un promedio de 11 a 12% (International Land Coalition, 2009).Esto se debe a la persistencia de una serie de prejuicios en las normativas, tales como la definición del jefe de hogar como el beneficiario de las tierras dentro de la familia y la concepción del agricultor varón como sujeto universal de las políticas agrarias.

Es a partir de los años 90, con el fortalecimiento de los movimientos de mujeres, que comienzan a registrarse ciertos avances en pro de la igualdad de género en las leyes agrarias. Así, algunos marcos legales incluyen a las mujeres como sujetas de derechos, aunque la mayoría reconocen el derecho a la pareja (como titulación conjunta) o al individuo independientemente de su sexo. En los casos de Colombia, Nicaragua y Chile se priorizó a las mujeres cabezas de familia en la distribución o titulación de tierras. Sin embargo, el principal medio por el cual las mujeres las adquieren sigue siendo mediante la herencia, como hijas o viudas (RIMISP, 2010).

En definitiva, las reformas agrarias y las políticas públicas que promueven la distribución equitativa de la tierra siguen siendo una asignatura pendiente de muchos países de la región. Es impostergable avanzar en este sentido y garantizar el derecho sobre la tierra a mujeres y hombres en igualdad de condiciones, para combatir la pobreza rural y lograr un desarrollo sostenible y la igualdad de género.

Pero los cambios en el clima, relacionados con la energía y uso de la tierra no sólo afectarán al medio ambiente, sino que tendrán graves consecuencias sobre la vida de las personas. El aumento de temperatura del planeta está generando el aumento del nivel del mar, cambios en los patrones de la precipitación pluvial, mayor riesgo de sequías e inundaciones, amenazas a la biodiversidad y potenciales desafíos para la salud pública. Provoca también que los fenómenos naturales sean cada vez más virulentos, lo que sumado a los modelos inequitativos de desarrollo humano, aumenta la vulnerabilidad de las mujeres y hombres de la región frente a los mismos e incrementa el riesgo de desastres. La producción de alimentos también se ve afectada por los cambios en los ciclos de cosecha, convirtiendo la seguridad alimentaria en un reto. El cambio de clima afectará la disponibilidad de los recursos naturales y especialmente de agua, un bien común esencial para vida y la salud de las personas.

Este efecto es crítico, en los países en desarrollo, las mujeres y los hombres del entorno rural desempeñan diferentes funciones para garantizar la seguridad alimentaria de sus familias y comunidades y se relacionan con el recurso hídrico de manera diferente. Mientras los hombres se dedican principalmente a los cultivos con fines comerciales y por ello utilizan el agua para estos fines, las mujeres son las responsables de cultivar y preparar la mayor parte de los alimentos que se consumen en el hogar, además de criar el ganado familiar que aporta las proteínas, traer el agua, que utilizan para lavar, cocinar..

Las mujeres del medio rural también elaboran la mayor parte de los alimentos domésticos. Esto garantiza una dieta variada, minimiza las pérdidas y aporta productos comercializables. Según la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), la mayoría de las mujeres dedican sus ingresos a la compra de alimentos y a las necesidades de los hijos/as. Así, algunos estudios demuestran que las posibilidades de supervivencia de un niño o una niña se incrementan en un 20 % cuando la madre controla el presupuesto doméstico. Por lo tanto, las mujeres desempeña una función determinante en la seguridad alimentaria, la diversidad alimentaria y la salud infantil por el reparto tradicional de los roles en el hogar.

Como estamos viendo los efectos del cambio climático, tienen sus especificidades en la vida de mujeres y hombres, y especialmente en la situación de las mujeres pobres, debido a su limitada resiliencia (capacidad de reponerse a los desastres). Esta capacidad viene determinada por el acceso a los recursos y a los procesos de toma de decisiones para adaptarse al cambio. La desigualdad de género, ha dado lugar a que las mujeres constituyan el 70% de las personas pobres, representando la mayoría de la población más vulnerable ante los desastres. El papel de cuidadoras en el ámbito del hogar las coloca en una situación de mayor vulnerabilidad ante inundaciones, deslizamientos y terremotos, que afectan principalmente a las viviendas. Es impostergable facilitar su participación para contar con su conocimiento sobre la conservación y el mantenimiento de la diversidad, y la reproducción social.

Los efectos del cambio climático darán lugar también a la migración de grandes poblaciones hacia lugares con más recursos y, según algunas hipótesis, incluso a conflictos armados por el acceso a los recursos naturales. Los efectos de estos conflictos sobre mujeres y hombres son también específicos y diferenciados. En Latinoamérica y el Caribe y en todo el mundo, el cambio climático amenaza el cumplimiento de los recién establecidos Objetivos de Desarrollo Sostenible referidos a seguridad alimentaria, acceso a la educación, salud, sostenibilidad de medio ambiente, etc. Todo ello indica que el cambio climático no debería ser una moda o una declaración de buenas intenciones a futuro sino una preocupación real que requiere acción inmediata de nuestros gobernantes y de la sociedad. Los impactos de género son evidentes, por lo cual esta acción debe incorporar la perspectiva de género desde ya.

Las estrategias de desarrollo y conservación del medio ambiente frente al cambio climático se han planteado en dos áreas: la adaptación a los eventos climáticos extremos y la mitigación de las causas del cambio climático, es decir, la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero.

El Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC, 2001) define la adaptación como “…ajustes en sistemas ecológicos, sociales o económicos en respuesta a estímulos climáticos actuales o esperados y a sus efectos o impactos. Este término se refiere a cambios en procesos, prácticas y estructuras para moderar daños potenciales o para beneficiarse de oportunidades asociadas con el cambio climático”.

Mensajes claves de género en relación a la adaptación (UICN, PNUD, GGCA, 2009):

  • Las medidas de adaptación ponen de manifiesto la dimensión humana del cambio climático.
  • El cambio climático afecta tanto a hombres como mujeres pero las desigualdades existentes determinan a quiénes impactan más los desastres.
  • Hombres y mujeres tienen necesidades e intereses diferentes en cuanto a los esfuerzos de adaptación.
  • Las mujeres son agentes importantes de cambio: sus conocimientos son esenciales para las medidas y políticas de adaptación.
  • Las estrategias de adaptación para el cambio climático serán más efectivas si se adoptan en un proceso de toma de decisiones en el que todas las partes involucradas participen. La participación plena y efectiva de las mujeres es primordial si se quieren utilizar de manera efectiva sus conocimientos y experiencia.

En el contexto de cambio climático, la mitigación es “una intervención antropogénica para reducir las fuentes de gases de efecto invernadero o mejorar sus sumideros” (IPCC, 2001). Se centra en limitar emisiones netas de manera que se retrase y, eventualmente, se revierta el crecimiento de las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera. Hay ciertas áreas en las que se proponen o emprenden acciones de mitigación, en las que las mujeres han demostrado, en el curso de los años (y en algunos casos, de los siglos) ser actoras cruciales. Este se puede ver en la conservación de bosques y la reforestación, la gestión de recursos locales, consumo y energía, entre otros. En estas áreas de intervención que se proponen para mitigar el cambio climático, lo que ha faltado es la concienciación, la apreciación y el reconocimiento del papel y aporte que las mujeres de áreas tanto rurales como urbanas, y de países desarrollados y en desarrollo, han desempeñado y siguen desempeñando.

Mensajes claves de género en relación a la mitigación (UICN, PNUD, GGCA, 2009):

  • Las mujeres están prácticamente ausentes en el diálogo internacional sobre mitigación;
  • En cuanto a fuentes de energía limpia y tecnología, no se puede subestimar el papel de las mujeres, por cuanto son las principales responsables de asegurar el suministro y la seguridad energética de sus hogares;
  • En el caso de la captura, fijación o almacenamiento de carbono, es importante destacar el papel de las mujeres en la silvicultura;
  • El consumo sostenible es un aspecto muy sensible al género ya que las mujeres toman la mayoría de las decisiones de consumo.

La incorporación del enfoque de género en ambas estrategias está permitiendo diseñar, implementar y monitorear acciones frente al cambio climático más efectivas, en tanto permite a mujeres y hombres trabajar en igualdad de condiciones en el desarrollo de actividades innovadoras que a su vez contribuyan a generar una mayor igualdad.

Los desafíos para las políticas públicas tienen que ver con la necesidad de generar una mayor comprensión de este vínculo entre cambio climático y género: generar información al respecto, planificar desde la equidad y la igualdad, fortalecer capacidades a nivel nacional y local, y asegurar que todas las fases y los aspectos relacionados con los mecanismos o instrumentos de financiamiento asociados al cambio climático tengan dentro de sus principios la transversalización de género y el empoderamiento de las mujeres.